aborto, y de  otras decenas de situaciones fuertes que pasamos juntos (un accidente de mi mamá, la hospitalización de su papá, cuando nos asaltaron). Así como de las alegrías, de las risas y de los orgasmos, terminamos la relación. Comenzamos a alejarnos. Y un día, revisando mis cuadernos de la universidad, encontré unos escritos en la parte de atrás de uno de ellos. Decía: “China si estuviera en otra situación, te pediría que te fueras a vivir conmigo al fin del mundo”, atentamente J.J. “¿Por qué me escribiste eso?”, le pregunté tras la bocina telefónica. Él respondió, “perdón, andaba con otra chica… aún ando con ella y no quise dejarte luego del aborto, así que me quedé contigo el resto de la universidad”, respondió, aquel hombre que creí —en algún momento— que era el amor de mi vida. Entonces supe que había tenido otra relación, otra novia en otra escuela. Entonces supe que yo no me había alejado, yo no había cambiado tras el aborto, sino que había sido él. Hoy, al paso del tiempo, sé que Juanjo y yo no habríamos podido hacer una familia, ni tener hijos, ni ser felices pues un novio que te engaña por tantos años no es una opción para hacer una vida.

Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.

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