Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.

Hace unos días estuve en el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, en la sala de espera había una niña muy juguetona —a pesar del ojo morado que tenía— y risueña. Se entretenía al preguntarle a la gente su nombre.

“¿Cómo te llamas?”, decía con su linda vocecita. Luego iba con otra persona y seguía con la misma pregunta “¿Y tú cómo te llamas?” y así se la pasó jugando y sonriéndole a quienes allí estábamos esperando.

Al lado estaba su mamá, muy joven y con el rostro hecho pedazos: inflamado, moretones alrededor de los ojos, un labio partido, el rostro triste y desencajado. Sin embargo y muy a pesar de tanto dolor físico y mental, la mamá jugaba con la nena, y le daba jugo a sorbos.

Cuando la pequeña llegó hasta mi lugar y me preguntó el nombre, le comencé a hacer la conversación. Jugamos y le di unas galletas de animalitos que traía en la bolsa. “Pero dime ¿cómo te llamas tú?”, le pregunté y algo balbuceó, pero no le entendí.

Su mamá, que estaba sentado al lado mío, me sonreía. Y al poco comenzamos a platicar. “¿Cómo te sientes?”, le pregunté. Ella me dijo que mejor, que ya había podido dormir y que lo que más le dolía era ver a su hija con “ese golpe”.

“¿Qué trámite vas a hacer?”, seguía yo preguntando. “Voy a tramitar la custodia de la nena, porque con el problema que tuve (se refiere a la golpiza que le dieron) me da miedo que le haga algo a ella por vengarse de mí, porque le levanté una denuncia”, me respondió.

“¿Cómo te llamas?”, seguí. “Me llamo Dulce, tengo 27 años y sólo tengo a esta nena de tres años de edad y estuve con el papá durante cinco años, todo siempre iba bien con él hasta que se emborrachaba y perdía el control, pero nunca, nunca me había pegado así, y mucho menos a la niña”, me contaba y otra mujer —de la tercera edad— escuchaba atenta su relato.

“Te felicito por la decisión, porque no es fácil salirse de una relación de abuso”, le comenté. Ella comenzó a llorar, sin ningún ruido, sólo veía sus lágrimas correr por sus mejillas hasta el cuello. Traía una camiseta sin mangas y sin cuello, y cuando eché un vistazo al cuello allí también tenía lesiones.

Su pequeña se terminó las galletas que le di y comenzó a inquietarse. “No grites amor, si necesitas algo aquí estoy”, le decía Dulce con mucha paciencia y amor. “Eres una mujer muy bella y fuerte, así que sé que saldrás adelante”, trataba de animarla.

“Tengo miedo, me dijeron, cuando levanté la denuncia, que me podían quitar a mi hija, porque según ellos yo no la cuidaba, y la había expuesto a la violencia, pero… creo que no entienden que yo soy la víctima, además (reflexionaba) tengo testigos que vieron cómo me trataba el papá de mi hija”, decía y se aguantaba las ganas de llorar, las lágrimas se las tragaba cada que se acercaba su pequeña.

“Recuerda que tú tienes derechos como persona, como mujer y como mamá, en este lugar te van a ayudar. No temas, pero si no te hacen caso, sácalo en las redes sociales, denuncia y ya verás que habrá miles de personas para ayudarte”, le comenté.

“Mamá tengo que ir al bañoooo, rápidoooo”, dijo en ese momento su hija. “Ve rápido, si preguntan por ti, les digo que estás en el baño, que llevaste a tu pequeña”. Ella tomó su maleta, agarró a su nena de la mano, se secó una lágrima y pasó entre la gente, algunos la veían con dolor, con tristeza.

Pasaron unos 10 minutos y regresaron. “Oye ¿cuándo me pregunten por lo de la pensión, cuánto debo pedir?”, me dijo. “Depende del salario del papá de tu hija. Eso lo determina el juez”, le dije y pregunté, “¿en dónde trabaja el señor?”

“Él trabaja en una tienda, le pagan en efectivo cada semana, pero siempre se gastaba todo en el alcohol y cigarros. Yo también trabajo, y también me pagan en efectivo, cada semana me dan 500 pesos”, me comentó.

Justo en ese momento, dijeron mi nombre y me despedí de ellas: “Mucha suerte Dulce, que todo salga bien”. “Dame tu teléfono por favor”, me contestó, por fa oriéntame en lo que puedas, porque mi familia no me habla desde que comencé a andar con él”.

“Dame el tuyo y yo te llamo”, le contesté y le di un abrazo a la pequeña, que ahora se entretenía con sus zapatos dorados de moño.

Así como Guadalupe dio ánimos a Dulce, en Marie Stopes invitamos también a todas las mujeres a que no aceptan ningún tipo de violencia o maltrato, a que denuncien y hagan valer sus derechos. Con información de  Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.]]>