“Antes de casarme, mis padres siempre me dijeron que no podía tener sexo con mi novio, porque estaba mal y era, incluso, pecado castigado por Dios”, dice Lety, quien proviene de un hogar sumamente católico.

Sin embargo, “cuando me casé, me dijeron que ya no era pecado. Así, sin más. Que ‘debía’ entregarme a mi marido, que debería cumplir con el ‘siguiente’ paso: tener hijos. La neta que no quiero tener hijos, y el sexo no es lo maravilloso que creía. Mi esposo como que no sabe, la neta que no siento nada”.

Además, “estoy muy enojada con mis padres porque creo que es muy importante hablar de sexualidad de la pareja, porque uno llega muy tonta y no sabe nada de nada. Además de doloroso, no es tan chido como lo pintan”, lamenta Lety.

“El sexo no es doloroso amiga, es muy placentero, pero si no hay química con tu pareja es complicado”, le explico y le recomiendo que lea libros, vea películas o busque la manera de autoaprender.

“La neta es que creo que me voy a divorciar, porque además del sexo malo, ya me di cuenta que Rob me engaña con otra persona, desde ese día me tomo la píldora a escondidas y cuando le pedí que usara un condón, se indignó y me reclamó que con quién más me acuesto, neta que elegí mal a mi marido, y eso que nos conocimos en la prepa, y éramos súper amigos”, recuerda mi amiga.

¿Y si platicas con él? le sugiero. Responde que está cansada de la misma persona, llevan juntos casi 20 años (y mi amiga acaba de cumplir 37) y dice que no tienen nada en común, que ya se aburrió de él, de sus chistes, de su malos besos, de sus viajes de “trabajo”…

“Es una buena persona pero no es para mí, él necesita una mujer como mi mamá, chapada a la antigua, sin metas más que la casa, los hijos y el marido. Pero yo creo que estoy en mi mejor momento: tengo experiencia laboral, soy joven, no tengo hijos y no los deseo tener por los siguiente cinco años, tengo dinero en el banco”, analiza Lety, quien no sabe si dejar a su marido y pedirle el divorcio antes o después del 14 de febrero.

“No quiero que se vaya a sentir más mal de lo que se sentirá, además, de seguro irá de chismoso con mis padres y por eso me quiero ir a vivir a otra ciudad, para alejarme de ese hogar católico y sus integrantes…»

Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.

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