«¡Las feministas están de baja por maternidad!», grito. Es otoño de 2011 y estoy con Pussy Riot, protestando contra la posibilidad de que Rusia adopte una nueva ley antiaborto. Llevamos pasamontañas y tocamos viejos temas de punk rock feminista encima de una estrecha plataforma en lo alto de un andamio de una estación de metro de Moscú, a seis metros de las cabezas de nuestro público y la policía. Es el primer concierto de Pussy Riot.
En aquellos tiempos, si hubieras despertado en mitad de la noche a cualquier feminista rusa y le hubieras preguntado qué es lo que más le preocupaba, te habría contestado inmediatamente «que aprueben la ley antiaborto». La ley proponía eliminar el aborto de la lista de procedimientos médicos financiados por el gobierno, y prohibir el aborto sin el consentimiento del marido, si la mujer estaba casada, o de los padres, en el caso de que fuera una menor. También habría obligado a los médicos a someter a las mujeres que acudieran solicitando un aborto a una «consulta sicológica», exigirles «ser informadas de los peligros del aborto» y «oír los latidos del corazón del feto». (Algunas reglas similares que imponían a las mujeres un periodo de espera, o tener que mirar una ecografía del feto antes de someterse a un aborto, habían sido ya propuestas o aprobadas en varios estados de Estados Unidos).
«Mencionan el proyecto de ley antiaborto en su canción. ¿Por qué?», nos preguntaba una periodista después del concierto.
«Por supuesto que la mencionamos», le digo. «Ya vivimos en un país donde no tenemos derecho a elegir».
«Las mujeres ya la tienen suficientemente difícil, y están intentando imponernos aún más restricciones», añade Bullet, también miembro de Pussy Riot.
Al final, el proyecto de ley antiaborto de 2011 fue aprobado solo parcialmente. La «semana de silencio» obligatoria entre la visita de una mujer a su médico y el aborto se convirtió en ley, lo que significaba que Rusia aceptaba la idea de que las mujeres son criaturas irracionales de las que no se puede esperar que tomen una decisión correcta sobre sus propios cuerpos sin la guía del gobierno. La nueva ley concede también a los médicos el derecho a negarse a practicar abortos alegando «convicciones personales».
Ahora, diputados de la Duma rusa se están planteando un proyecto de ley que eliminará los abortos de la lista de servicios que cubre la sanidad pública y prohibirá que se practiquen en clínicas privadas. Este proyecto de ley se materializó después de que el patriarca Kirill, cabeza de la Iglesia Ortodoxa rusa, compareciera ante la Duma en enero y afirmara que, entre otras cosas, las restricciones en cuanto al aborto contribuirían a aumentar la bajísima tasa de natalidad de Rusia. «Si conseguimos recortar el número de abortos al 50 por ciento, tendríamos un crecimiento de la población fuerte y estable», dijo.
Esta cuestión del crecimiento de la población es un asunto serio en Rusia: aquí, las tasas de natalidad se encuentran en niveles propios solo de momentos de crisis, y el presidente Vladimir Putin declaró una vez que el país necesitaba «limpiarse» de gays para conseguir subir las cifras de natalidad. La tasa de natalidad también suele estar en boca de los políticos que quieren atacar los derechos reproductivos.
Gennady Onishchenko —que era el equivalente ruso a un cirujano general y ahora es consejero de gabinete— ha afirmado recientemente que «los productos manufacturados de goma (los condones) no tienen nada que ver con la salud». La cita del burócrata suena aún peor si tenemos en cuenta que el número de personas con sida en Rusia ha subido de 500,000 en 2010 a las más de 900,000 que se cuentan actualmente, una tendencia opuesta a lo que se esperaría de un país desarrollado. Onishchenko también expresó su esperanza en cuanto a que la prohibición de la venta de condones importados obligaría a los rusos a ser «más exigentes, más estrictos y selectivos a la hora de elegir a sus parejas», y que esa prohibición «haría mucho bien a nuestra sociedad resolviendo los problemas demográficos».
Es extraño que el Patriarca Onishchenko no sepa esto, pero la disminución de los abortos no implica una subida de la natalidad. Según el periódico ruso online Meduza, de 1990 a 1999, el número de abortos en Rusia descendió en un 1.8 por ciento, mientras que el número de nacimientos disminuyó en un 1.6 por ciento; la tasa de natalidad de Polonia siguió bajando después de introducirse una prohibición del aborto en 1993 y, en 2003, la tasa de natalidad polaca era una de las más bajas del mundo. Las pérdidas demográficas a principios de los años 30 hicieron que Stalin prohibiera el aborto en la Unión Soviética, prohibición que duró de 1936 a 1955. Esa ley no había tenido apenas efecto en la tasa de natalidad: en 1937, registró un repunte de casi un 10 por ciento de los nacimientos y después volvió a bajar, mientras que la tasa de mortalidad materna se disparó.
Probablemente las iniciativas antiaborto no consigan que la tasa de natalidad suba en Rusia; sin embargo, armonizaban a la perfección con la tendencia de Putin hacia los valores conservadores. También concordaban con otra tendencia: esa por la que las autoridades rusas recurren a las prohibiciones para resolver los problemas en vez de trabajar para mejorar las condiciones que provocan dichos problemas. Una prohibición requiere menos gasto de recursos del gobierno. Prohibimos la importación de queso, prohibimos las vacaciones fuera de Rusia y prohibimos los abortos. Esta tenencia de prohibirlo todo es suelo fértil para los grupos de la comunidad que cuestionan el derecho de la mujer a controlar su cuerpo.
En Rusia, como en todas partes, muchos grupos antiaborto luchan no solo contra el aborto sino contra los métodos modernos de anticoncepción.
El deseo de control, de someter a las mujeres, corre por las venas del movimiento antiaborto. «Cualquier mujer sabe que, objetivamente, el propósito de las relaciones sexuales es el nacimiento de los hijos, mientras que el placer es de menor importancia para el cuerpo», afirma la web del grupo antiaborto «Warriors of Life» (Guerreros por la vida). Los DIU y demás fórmulas hormonales se encuentran en la lista de algunos de los métodos modernos de anticoncepción», continua el texto de la web. «Pero en realidad métodos abortivos. No hay una diferencia real entre abrir a una persona o envenenarla. El resultado es el mismo». En Rusia, como en todas partes, muchos grupos antiaborto luchan no solo contra el aborto sino contra los métodos modernos de anticoncepción.
En 1920, Rusia se convirtió en el primer país del mundo en legalizar el aborto. Pero Stalin revisó tal decisión al final de la década y las conversaciones sobre sexo y control de natalidad tenían lugar clandestinamente, en el subconsciente del pueblo. No era educado hablar de sexo en la Unión Soviética; el 1986, una rusa se hizo famosa por decir «No hay sexo en la URSS», en una retransmisión televisiva en directo para la URSS y Estados Unidos. Eso resumía la situación perfectamente. Cuando Estados Unidos comenzó su revolución sexual en los años 60 y 70, el Ministro de Sanidad soviético seguía escribiendo sobre los peligros de los anticonceptivos hormonales. Rusia aún no ha superado su desconfianza en cuanto a los métodos modernos de control de natalidad, lo que podría explicar las considerablemente elevadas tasas de aborto de la nación.
Por cada 1,000 mujeres de 15 a 44 años, hay 25 casos de aborto. En Estados Unidos, hay 17. La razón, la historia y la experiencia nos dicen que, si queremos reducir el número de abortos, las prohibiciones no son el camino para conseguirlo. Las cifras sobre aborto pueden reducirse poniendo al alcance de todos información fiable sobre métodos de planificación familiar, asegurándonos de que todo el mundo puede consultar estos métodos con especialistas en la materia y ofreciendo una amplia variedad de opciones de métodos modernos de control de natalidad y de educación sexual.
El aborto sigue siendo legal en Rusia pero es evidente que las fuerzas antiaborto —y anti-métodos anticonceptivos, y anti-opciones— son cada vez más. En cuanto a la educación sexual, recuerdo que me dijeron «tu futuro hijo se parecerá al hombre que te quite la virginidad. Tu cuerpo recuerda a ese primer hombre, así que cuidado con quien eliges». Y esa fue la única lección que me impartieron sobre «educación sexual» durante toda mi carrera académica. En las dos horas que duró, no se pronunciaron ni una vez las palabras «sexo» o «anticoncepción». Eso fue en 2005.
Las cosas no están mejor en 2015. Este año, la Cámara Pública de la Federación Rusa celebró una reunión del comité de ciencia y educación. Miembros del clero y de organizaciones conservadoras llenaron la estancia, incluida Larisa Pavlova, abogada de la acusación en el caso contra Pussy Riot. Con el tiempo, todas aquellas voces se juntaron en una sola en mi cabeza:
«Yo misma soy profesora y ahora tenemos a esa gente en nuestra escuela… hablan de sexo seguro, si me permite la expresión».
«Vamos a presentar quejas ante la oficina del fiscal contra todo el que imparta educación sexual a nuestros niños».
«El papel principal de nuestros jóvenes es garantizar la reproducción de la sociedad. Pero nuestro entorno de información actual no es la implantación de valores espirituales en nuestros jóvenes sino inculcarles el hedonismo, el individualismo y otros valores negativos».
«Las fuerzas que trabajan para destruir la familia utilizan la táctica del salami: cortan a la familia en rodajas».
«Podríamos exigir que se añadieran módulos dedicados a los valores familiares en todas las materias del programa de estudios, incluso en matemáticas e informática».
«A la hora de contratar a los directores de los centros, no deberíamos centrarnos en las cualidades profesionales de la persona sino en la imagen moral y espiritual que proyectan».
«Hitler solo destruyó la mitad de rusos de los que destruyó el gobierno soviético con sus abortos. El aborto no se legalizó en Estados Unidos hasta 1972, así que nos llevan 50 años de ventaja». «Tenemos que afirmar con firmeza que la sociedad está en contra de la educación sexual en los colegios».
Afirmaciones como estas son el motivo por el que Pussy Riot cantaba «¡Den a los más santos lo que necesitan! ¡Hagan que las mujeres amen y se reproduzcan!» en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú en 2012 antes de que las arrestaran.
La próxima vez que alguien me pregunte por qué llevé mi plegaria punk a una Iglesia Ortodoxa en aquel momento, les diré lo siguiente: No quiero que se criminalice el aborto.
En la República Popular de Donetsk, la región prorrusa que se separó de Ucrania, el aborto ya no es legal. El artículo 3 de su Constitución, promulgada en mayo de 2014, dice: «El ser humano y sus derechos y libertades son el valor más importante. Reconocerlos, observarlos, respetarlos y defenderlos es obligación de la República Popular de Donetsk y sus organismos y funcionarios gubernamentales, y se garantizan desde el momento de la concepción». Toda interrupción artificial del embarazo equivale a un asesinato premeditado.
Tengo una pregunta para la gente que protesta contra el derecho de la mujer a decidir si quiere o no ser madre: ¿Están listos para aceptar a la República Popular de Donetsk como su modelo?
La próxima vez que alguien me pregunte por qué llevé mi plegaria punk a una Iglesia Ortodoxa en aquel momento, les diré lo siguiente: No quiero que se criminalice el aborto. Quiero poder ser capaz —y que un día mi hija lo sea también— de utilizar mi cuerpo según me parezca. Y quiero que algún día las feministas de Rusia no tengan que preocuparse de durante cuánto tiempo controlarán sus funciones biológicas esenciales. Con información de VICE.]]>