Cada 8 de marzo, las mujeres en distintos países marchamos. Buscamos garantías sociales, laborales y académicas. Cada día se suman más mujeres y hombres a “la causa”.

Por eso, la edición 2020 del Día Internacional de la Mujer en México fue conmemorada con un grupo mucho más extenso frente a ediciones pasadas.

¿Cuántos asistentes fuimos? ¿Cuántas demandas reclamamos? ¿Cuántos gritos dimos? ¿Cuántas lágrimas soltamos? ¿Cuánta furia contuvimos? ¿Cuántas historias contamos? ¿Cuántas desaparecidas/muertas/golpeadas/abusadas sexualmente/ violentadas nos acompañaron con su energía? ¿Cuántas niñas y niños vieron en qué clase de país viven? ¿Cuántas no pudieron acudir? ¿Cuántas fueron asesinadas este 8 de marzo del año 2020? ¿Cuántas hoy y mañana, y después?

Mi esposo me rompió las costillas.

Una mujer iba acompañada de sus dos pequeñas hijas, y frente a Bellas Artes comenzó a platicar: “Me casé enamorada y consciente del matrimonio, pero a los pocos días comenzó a violentarme. Por todo se enojaba, por todo me recriminaba, por lo que los demás decían y hacían… de las cachetadas pasó a las patadas y cuando me vi en el hospital, tras estar en coma por dos días, sin saber de mis hijas, tuve la fuerza y el apoyo familiar para dejarlo,” cuenta la mujer que finaliza: “él tiene una empresa enorme, es muy conocido y quiso quitarme a mis hijas, pero no pudo pues ellas no quisieron irse con él, tuve que cambiar de residencia por más de 4 veces”.

En mi trabajo el acoso no da tregua.

Una mujer marchó con su casco, sus botas industriales y múltiples pañuelos en los brazos, esta es su historia: “Soy ingeniera y todos, todos los días me hacen comentarios respecto de mi cuerpo, de mi trabajo, de mi familia (especialmente de mis hermanas) ¿Quiénes? Mis compañeros que son 99% hombres, solo una compañera y yo estamos a la par de ellos. Cuando le comenté a mi jefe directo, me dijo: ¡bienvenida a bordo’”.

Mataron a mi prima y sobrinas.

Un señor, de unos 70 años, pidió la palabra, y comenzó: “tenía una sola prima, éramos como hermanos, nos criaron juntos y ella se fue a vivir a otro estado, hablábamos de vez en vez. En Navidad nos reuníamos y un día no supe más de ella… me la mataron junto con mis sobrinas. Entraron a robar a su casa y dormidas, las asesinaron…no hay detenidos”.

Eyacularon en mí.

No solo fue una mujer, sino varias y de todas las edades las que dijeron que han padecido de acoso que termina en manchas de semen tras salir del transporte público. “No es la primera vez, no importa que vaya de pantalón o falda, de día o de noche, acompañada o sola, los hombres siempre buscan acosarte sin temor a represalias o castigos y esto no puede seguir así”, dijo una adolescente de apenas 16 años que trabaja y va a la escuela siempre en transporte público.

Las historias de la marcha son muchas y todas son válidas, ocurren en sitios públicos y privados: en casa y en la calle, en la escuela y en el trabajo. ¿Por qué? Porque vivimos en un país con un Estado fallido, que no puede proteger a las mujeres, que no ha brindado la educación cívica que se requiere en estos tiempos, porque el Estado no ha podido –desde sexenios atrás—la ola de violencia.

¿Qué sigue después de la marcha?

Buscar que los espacios sean seguros para todas las mujeres, apoyarnos, denunciar, proteger, responder ante la violencia, la injusticia. Nuestra voz es el arma más fuerte que hay, no nos quedemos calladas, habla, habla todos los días, denuncia, expone a los hombres que te acosan, que te insultan, que te agreden.

Todas estamos escuchando y todas haremos el cambio juntas, de la mano, porque juntas somos más fuertes.

Por Guadalupe Camacho, @Lupichick, periodista y académica mexicana