La periodista Guadalupe Camacho nos cuenta cómo era el acceder a un aborto en la clandestinidad, pues aún no estaba despenalizado en el Distrito Federal hace 20 años. Este relato nos ilustra el como muchas mujeres han arriesgado sus vidas, y lo siguen haciendo en estados y países donde existen muchas restricciones, por acceder a un aborto.

En la CDMX, desde el 2007 el aborto es legal hasta las 12 semanas de gestación y su acceso es un derecho para todas las mujeres de México, quienes pueden venir aquí. Aquí la historia:

Acceder a la realización de un aborto “seguro” hace más de 20 años era todo un dilema. ¿Con quién acudir? ¿Cuánto costará? ¿Quién me acompañará? ¿Me sentiré mal de por vida? Las preguntas eran muchas.

En la escuela alguna amiga dijo que había abortado con una serie de cuatro inyecciones que se tenían que poner antes de las cuatro semanas de embarazo. Otra dijo que los ginecólogos de cualquier consultorio los podían hacer, pero que era muy caro.

Escuché recomendaciones diversas: “tomar un té de orégano, mega caliente y concentrado”, “darse duchas vaginales con refresco de cola y vinagre durante todas las noches hasta que salga ‘aquello’”… y decenas de falsas creencias que son patéticas.

 

Fue Karla, una amiga de la preparatoria que tenía una mamá doctora, quien dijo: “yo conozco un señor que hace abortos clandestinos, es amigo de mi mamá”, por mil pesos (de aquel entonces) se los ha hecho a algunas compañeras de trabajo de mi mamá. “Vamos a investigar”, recomendó. “Mañana traigo su tarjeta de presentación”, dijo. “¿Tiene tarjeta de presentación? no inventes qué dice: “‘Toño Pérez’, abortos a domicilio”, me dije.

 

Así que fuimos cuatro amigas, en ese tiempo éramos muy valientes y decididas. Llegamos a una casa al oriente de la Ciudad de México, la vivienda tenía un patio trasero gigante donde jugaban unos tres perros; de allí nos llevaron a una habitación con muchas mesas, sillas y cajas de cartón. El ventanal dejaba pasar el sol de la tarde.

 

“¿Cuánto cuesta?” “¿Cómo lo hacen?” “¿Qué tipo de anestesia utilizan”? “¿Cómo se sabe si el método fue efectivo?”, preguntamos ansiosas. Nos contestó un señor que fumaba cigarrillo tras cigarrillo: “Mil pesos, usamos legradillas, anestesia general y he hecho más de mil legrados y nadie se ha quejado”, respondió sin emoción alguna en su voz, ni rostro.

 

“Está decidido, lo hacemos aquí, ya no puedo dejar pasar más tiempo, tengo ocho semanas y ya es momento”, le dijo mi amiga María al señor fumador, luego nos miró a cada una a los ojos y dijo: “mañana no vamos a la escuela, nos venimos para acá”.

 

Nos fuimos de allí serias. Esto sí está pesado, pensé para mis adentros. “No se te olvide traer tu carnet del IMSS por si algo sale mal te llevamos a tu clínica”, dijo Karla. ¡Karla la que nos había recomendado al señor, dijo esa frase contundente!

“¿Qué onda Karla, este don sí sabe?”, pregunté un tanto disgustada. “Pues no le he preguntado a las amigas de mi mamá, pero yo las veo bien”, respondió. “Pero las amigas de tu mamá tienen como 20 años más que nosotras, ¿sabrá hacerlo en chavas de nuestra edad?”, pregunté.

 

“Claro que sí,” respondió. Aceleré el auto y llegamos a la universidad, nos habíamos perdido el día del clases, sólo fuimos preguntar la tarea y cualquier otro pendiente de las materias de ese jueves.

Ya de noche, nos reunimos en el estacionamiento de la universidad. “¿María estás segura que allí o seguimos buscando?”, dijo Lulú. “Allí”, le respondió tranquila, nos sonrió levemente.

 

Llegó el viernes y pasé por ellas a la casa de Karla, que vivía en la Balbuena. María llevaba su mochila de la universidad con toallas sanitarias, un cambio de ropa, la a virgencita de Guadalupe en una estampa y el dinero.

 

“¿No trajiste una mascada?”, preguntó Mirna. “No mames y ¿eso para qué?”, pregunté. “Siempre que se sale de una operación se debe llevar una mascada que te cubra la cabeza”, dijo. En ese momento todas nos quedamos en silencio…¡pinche estrés! ¡Esto sí es una cirugía!

 

“Sólo puede pasar una persona con ella; luego te desnudas por completo y te veo pasando esa puerta”, dijo el señor fumador, y estoy segura que él no era ginecólogo, pero ya estábamos allí. “Ven conmigo Guadalupe”, me indicó María.

 

La ayudé a desvestirse, y me abrazó justo cuando pasamos por la puerta. Allí habían dos hombres, el fumador y otro más viejo, como de 60 años y a quien le pregunté: “¿usted quién es?” “El ayudante”, respondió y me mostró una cubeta de plástico.

 

“Qué culero es esto”, pensé nuevamente para mí misma, pero hice como que no lo vi y le di la mano a mi amiga: “aquí estoy, no me apartaré de ti”.

 

Le pidieron que se sentara en una cama de exploración ginecológica un tanto vieja, forrada con plástico y cuando subió las piernas en el soporte metálico, se las amarraron con unos mecates. Luego le inyectaron en la vena y le pidieron contar hasta diez. El fumador, fumando y sin guantes, tomaba instrumentos de una mesa y se los metía, hacían un ruido terrible… nunca los olvidaré.

 

Al paso de unos 40 minutos, María comenzó a llorar. “Te odio Juan, te odio”, decía entre los sueños de anestesia. Pedí permiso para acercarme, estaba yo a unos tres metros y el fumador dijo: “dame unos minutos ya casi termino”.

 

Al paso de unos cinco minutos me hizo una señal con su mano de ven, y me acerqué por la cabecera a mi amiga, que seguía llorando. Entonces, la abracé y ella comenzó a llorar más fuerte y me respondió el abrazo. La anestesia comenzaba a pasar y ella dijo: “¿qué pasó, estoy bien”? El fumador nos aseguró que todo estaba bien. Pagamos y nos fuimos.

 

Nos dirigimos a casa de Mirna, habíamos dicho -con antelación- a nuestros padres que haríamos una pijamada. Nos pasamos la noche cuidando a María, ella dormía y dormía, triste y llorosa. Al paso de unos quince días ella se recuperó y volvió a ser la misma de siempre, sólo nos dijo que menstruó como una semana y luego se inyectó algo para parrar la hemorragia, perdió como 5 kilogramos que luego recuperó, pero nunca mostró depresión, inestabilidad emocional e incluso siguió siendo la mejor de la clase.

 María era y sigue siendo una amiga solidaria, valiente y ejemplar, que tuvo una falla en su anticonceptivo, por eso sus mejores amigas estuvimos allí para apoyarla.

 Lo único que hizo después de su aborto clandestino, fue mandar a la chingada a Juan, quien era su novio de ese entonces y que jamás la apoyó con esta decisión. Nosotras también dejamos de hablarle; María hoy tiene una linda familia, jamás volvimos a tocar el tema, eso quedó en nuestro pasado.

Recuerda que si te encuentras en una situación de embarazo no deseado, puedes acceder a una interrupción legal del embarazo en la CDMX siempre y cuando te encuentres dentro de las 12 semanas de gestación. En Marie Stopes contamos con 8 centros de atención donde el personal médico realiza procedimientos con los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud.

Con información de Guadalupe Camacho, periodista.

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